A los 15 años, mi vida cambio para siempre cuando perdí a mi padre. Era un dolor que no sabia como enfrentar y me sumergí en un espiral de excesos buscando llenar el vacio que dejo su partida. Durante mucho tiempo trate de encontrar consuelo en lugares equivocados. Fue entonces cuando encontré un hilo de esperanza en la oración y la reflexión, descubrí a Dios. Su amor incondicional me sanó las heridas más profundas y me dio un propósito en la vida. Decidí dedicar mi
existencia a comprender el sufrimiento humano, con la esperanza de ayudar a otros a encontrar
la luz en medio de la oscuridad. Además, el desafío de la infertilidad me ha enseñado la importancia de aceptar lo que está fuera de nuestro control. Aunque el dolor es profundo, he aprendido a vivir con esperanza y a encontrar belleza en los momentos más difíciles. Hoy, puedo decir con certeza que he encontrado la paz y la felicidad que tanto anhelaba. Mi experiencia me ha enseñado que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una salida. Y esa salida es el amor, tanto el que recibimos como el que damos a los demás.
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